lunes, 29 de noviembre de 2010

Una de Violencia, Flores.



-“Hola” dijo Raimondo y le clavo los ojos lascivamente a Rosaura. Ella apareció de golpe sorprendida y buscando un abrigo, ya eran las 7 y la helada comenzaba a caer sobre los árboles, sobre el pasto, sobre el río que se precipitaba casi silencioso en ese punto demográfico. Era de suponer que tarde o temprano algo iba a pasar y justo exactamente cuando Rosaura levantó la vista pudo ver de reojo como la mano de Raimondo atravesaba el espacio y se perdía lentamente bajo su pollera.

Después vinieron las quejas “No, dejame que nos pueden ver”, “¿Quien nos va a ver? si acá son todos ciegos, y aparte ya te la tenia jurada”, “No, a la fuerza no, ahora no puedo quizás mas adelante, ¿vos te cuidas?”, “¿Para que cuidarse, si no pasa nada” y después entre los gemidos y la lucha por safar de los brazos de Raimondo, un cachetazo de ella hacia el y la devolución de Raimondo mucho mas fuerte y con el puño semicerrado y Rosaura ya resignada y sin fuerzas viajando hacia los no placeres, hacia el sufrimiento de la duda durante un tiempo, hacia el avasallamiento del amor y de las esperanzas ya perdidas, de tener su primera vez llena de recuerdos placenteros, del no cuidado, del ojo hinchado, de la certeza que odiaría para siempre a un tal Raimondo Flores, de profesión taxista.

Rosaura tuvo mellizos y nunca más volvió a ver a Raimondo después de ese día.

Raimondo se fue satisfecho esa noche después de haber cometido ese atropello, arrancó el taxi y a las tres cuadras una pareja subió, el hombre apunto fijo a la cabeza de Raimondo y sin pestañear apretó el gatillo, no eran más de las diez de la mañana, las calles de la ciudad estaban desiertas por el feriado.

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