jueves, 4 de agosto de 2016
¿Dónde? afuera es adentro y muy adentro
Buenas gente como andan? Bueno acá vamos de vuelta después de un largo periodo de ausencia, les dejo uno viejito con continuación, un abrazo para todos...
El pupilaje es fantasmagórico. Recuerdo aquel colegio con sus pasillos y corredores interminables, las habitaciones (las primeras en que estuvimos) gigantes, con 20 o 25 camas separadas apenas por 2 metros de distancia.
El desayuno primero, casi siempre mate cocido solo, con leche y alguna que otra vez té acompañado siempre con un par de rodajas de pan, al igual que la merienda. Después de lavar los utensilios, hacer la cama, según el día barrer y después a clases.
El mediodía llegaba lentamente y con la despedida ceremonial a la maestra y a la bandera en la formación.
Y afuera no tan lejos del colegio la dictadura hacía sentir el peso de sus botas, con un par de bajas sin lamento pero arremetiendo sus despiadadas garras en cuanto lugar encontraba sospechosos; un par de tiros, algunos secuestros, la picana, el submarino, los entierros clandestinos, los vuelos de la muerte configuraban día a día lo normal por aquellos enfermos.
Almorzar solía ser gratificante, aunque el arroz con leche que nos daban de postre casi siempre nunca más lo pude probar. Eso sí, después de lavar los platos había un recreo como de media hora o quizás un poco más, y nos íbamos de recorrida hasta la cancha de pelota-paleta (frontón), y de ahí seguíamos hasta el alambrado donde siempre se formaba una especie de pantano que para mí (y supongo que a los demás también le daba la misma sensación) era tétrico pero la aventura de chico se disfruta sin importar el miedo.
A esta hora algunos ya llevaban 2 o 3 días sin probar bocado, las torturas los debilitaban a tal punto que el hambre desaparecía, el estomago se les cerraba y solo el desmayo apaciguaba y alejaba las ganas de comer. Que corno querían saber, porque, para que tanta cizaña, con qué sentido una guerra entre hermanos, tantos días pasaron y no se dieron cuenta que sus cabezas iban a contramano. Continuará
A veces había siesta de 1 hora, seguida la merienda y en el tiempo que quedaba hasta la cena, una tortura más: repasar lo estudiado en el día o catequesis con el cura borracho empedernido (botellita que le decían los más grandes) o con el cura loco pirata que a veces trastabillaba con su propia sotana, o ejercicios colimberos en el parque (como ser salto rana alrededor de una fila de 10 arboles) con el celador de turno o desfilar como futuros soldaditos y si había mal comportamiento o agarraban a alguien charlando primero lo cagaban a palos y después nos hacían saltar el doble y había que sumarle las amenazas que si les contábamos a nuestros padres seria el doble o que no habría siesta, ni partido de fútbol, va mierda, pura mierda.
Los calabozos diminutos, el baño relejos, los gritos permanentes que se perdían en un sinfín de espejos y nunca llegaban a destino. La palabra muerte superando a libertad y el pis y la mierda cubriendo día a día los espacios que los cuerpos no ocupaban; las pilchas eran harapos (si tenias la posibilidad de tenerla puesta) y el cuerpo comenzaba a vacilar con el paso de los días, de los meses, hasta que caía en un sopor lento, insondable y afuera las masas se hacían cada vez más pequeñas, cuanta más sangre corría, mas se luchaba, mas se batallaba en busca de una verdad, de un cambio más parejo, pero también se perdía, también el pánico empezaba a meter a la gente en sus casas, también se desaparecía y nunca más se sabía ¿qué? ¿Dónde? Aunque sea y de ultima el cadáver, pero ¿DONDE?
Con el tiempo supe que era un colegio (solo varones) para hijos y descendientes de irlandeses y para chicos con problemas de conducta, claro que en esa época ningún directivo se hacía cargo de comentar a los padres la posta.
Creí que había pasado lo peor cuando una noche de mayo o junio, no recuerdo bien, nos sacaron en calzoncillos y con una manta al patio a dar vueltas alrededor del celador, todo porque alguien había dicho una palabra de mas, ¡AH! Que frío y que tortura hijos de puta. Mas o menos para esa misma fecha, en un atardecer repasando lo que habíamos visto en clase, un pibe se jactó de no entender lo que estaba copiado en el pizarrón y se quejó feo, cuando el celador lo atrapo, de una oreja lo hizo pasar al aula de al lado que se comunicaba con esta a través de una puerta con tanta mala suerte que le arrancó un pedazo de oreja o por lo menos le hizo un tajo bastante considerable por la sangre que chorreaba, después si llegaba a volar una mosca para nosotros era señal de catástrofe.
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